domingo, 29 de enero de 2017

Emociones en sociedad: la vergüenza.


Una nueva emoción en el programa trigeneracional.

Mascota de la vergüenza. Figura zoomórfica del cuadro de Vasily Kandinsky "Blue Sky".
 
Taller de elaboración de máscaras con la silueta de la mascota.
      El pasado 9 de enero, después del período de vacaciones escolares, reanudamos nuestros encuentros trigeneracionales, enfocados hacia el aprendizaje emocional de niños, adolescentes y mayores. En esta ocasión, la sesión se centró en la vergüenza, una de las emociones sociales que tienen un amplio espacio de experiencias y vivencias en niños y jóvenes y que, en las personas mayores, pierde buena parte de su lugar en su mundo emocional. Y es que buena parte de nuestro proceso de integración y de adaptación a la sociedad viene marcado por la vergüenza. La asunción de normas y el progresivo desempeño de distintos roles a medida que vamos creciendo, implican la representación de actitudes y posiciones acordes con los nuevos papeles que vamos asumiendo, que debemos cumplir según los criterios establecidos. Esto supone una constante y obligada superación de exigencias sociales, auténticos retos que nos plantean ciertos niveles de presión para  cumplir con nuestras expectativas y las de los demás. Es en este contexto en el que la vergüenza resulta adaptativa, poniéndonos en alerta ante situaciones en las que debemos obrar de manera adecuada, de acuerdo con determinados formalismos y con los niveles precisos y necesarios de autoexigencia y de esfuerzo. Resulta imprescincible para satisfacer nuestra necesidad de pertenencia e identificación, así como para favorecer nuestra integración en el grupo, ocupando el lugar que creemos preciso disponer.

      La vergüenza resulta también necesaria para rectificar y corregir, cuando no actuamos correctamente en determinadas situaciones de nuestro periplo vital. Es necesario tomar conciencia de cuándo uno no ha estado a la altura o ha errado en su modo de actuar. Los incumplimientos y aun el daño que uno ha podido provocar en los otros exige una toma de conciencia del mal causado y de los motivos y las condiciones que lo han provocado. El avergonzarse ante determinados comportamientos es una exigencia emocional de la que no podemos ni debemos prescindir, valorando el error como una forma de aprendizaje y la empatía como un medio de percibir lo que nuestras acciones pueden generar en los demás. La culpa, el sentirse culpable por algo que uno ha hecho, puede considerarse como una resultante de la vergüenza, la forma más exigente, también más dramática, de concebir los errores propios y los males ajenos.

      Pero hemos de evitar que la vergüenza impida el que nos mostremos como realmente nos vemos a nosotros mismos, que nos limite o dificulte el ser auténticos con nuestra manera de ser y de actuar, siempre y cuando nuestra conducta no atente o afecte a los sentimientos de los demás. La vergüenza no puede atenazarnos ni someternos a las exigencias de los convencional ni a los dictados del formalismo y de la moral. Tampoco podemos caer en los excesos de la auto-exigencia ni a los cánones de la perfección, que pueden generarnos serios problemas asociados a la inseguridad, la insatisfacción permanente y hasta la frustración. La vergüenza no puede convertirse en una obstáculo para nuestras aspiraciones personales, una traba para nuestra realización personal ni un impedimento para nuestra vida diaria. Hemos de aprender a regular la vergüenza y saber controlar sus causas y sus efectos. Un proceso que llevamos a cabo a lo largo de nuestra vida y que, llegada cierta edad, solemos tener más que lograda. Por eso es raro encontrar entre nuestros adultos mayores vestigios de esa vergüenza que tan presente tenían cuando eran más jóvenes. Pero hay que tener cuidado y precaverse ante la tentación de pensar que la vergüenza no es más que un lastre del que hay que desprenderse cuanto antes. Una cosa es aprender a enfrentarse a la vida templando nuestras vergüenzas y otra muy distinta el afanarse en convertirse en un sinvergüenza.